Una de las cosas que más me gusta de irme de viaje es ser capaz de encontrar inspiración en cada rincón. Hace unas semanas, por ejemplo, me ocurrió algo parecido, y por eso estoy ahora escribiendo estas líneas. Si pudierais ver mi galería, descubriríais que está llena de frases que me he ido encontrando en diferentes sitios, detalles y objetos en los que nadie más parecía reparar y pequeños trazos de inspiración que me permiten, en gran medida, seguir escribiendo.
Encontré este osito de peluche descansando en el castillo de Consuegra. Enseguida le hice una foto, sabiendo que me serviría de inspiración para escribir un texto y, efectivamente, lo hizo. Muchas veces, por no decir todas, escribo primero todo el texto y, al final, lo enmarco gracias al título. Sin embargo, el de hoy es una excepción. Nada más ver el peluche supe que tenía que escribir algo que se titulase “Las historias perdidas”, y ahora mismo ya es una realidad.
Si nos fijamos un poco en nuestro alrededor, descubriremos que vivimos rodeados de historias perdidas que nos llegan a través de objetos (o de otras muchas formas), como el osito. ¿Cuántas vidas habrá tenido? ¿Qué lugares habrá conocido? ¿Por qué descansa aquí, y no se encuentra refugiado en el abrazo de un niño? Aunque, sin duda, la pregunta que me vino a la mente nada más verlo, fue la siguiente: ¿lo echará alguien de menos? Nada más verlo pude imaginar a ese niño o a esa niña que buscaba desesperadamente el peluche, que se preguntaba dónde podría haberlo perdido… Tal vez no era la primera historia que el osito podía contar, y tal vez tampoco había llegado hasta allí por casualidad.
Pero, ahora, vuelvo al tema del que quería hablar. Las historias perdidas. También las historias desconocidas, porque vivimos rodeados de ellas. Las podemos encontrar en todos los lugares que visitamos, en todas las personas que conocemos —o que creemos conocer— y en todos los objetos que nos encontramos y que también tienen su historia. Puede que lo más correcto hubiera sido que cualquier turista que se quedó prendado de aquel objeto lo hubiera llevado a conserjería y, posiblemente, habría encontrado a su dueño, pero eso no sucedió (al menos, hasta el día en el que yo visité el lugar. Quién sabe si habrá podido reunirse de nuevo con su familia y quién sabe si, finalmente, su historia habrá tenido un final feliz). Me atrevo a decir que eso también es parte de la magia de esas historias. A todos los que lo hemos visto, el peluche nos ha transmitido algo. Ternura, pena, curiosidad, nostalgia… Sin embargo, ninguno se ha atrevido a moverlo del que ya podríamos considerar su nuevo lugar. El escenario de una nueva historia.
Las historias perdidas esconden mucha magia detrás. La magia de lo desconocido y, por tanto, la magia de poder imaginarnos todas las posibilidades que nos ronden por la mente. Puede ser que, tan solo unas horas después de haber sacado la fotografía, llegara una familia con niños pequeños a ver el lugar. A lo mejor, fijándose en cada rincón del castillo, lo encontraron. Posiblemente —o no—, esa familia acabase el día siendo uno más. También puede ser que, después de tanto tiempo vacío, el castillo ahora tenga un nuevo habitante que decida construir su historia entre esos muros que le han acogido.
Y, si hablo de historias perdidas, no puedo dejarme sin mencionar todas aquellas que nosotros, los escritores, creamos, y que nunca, o tal vez alguna vez, verán su final. Las que quedan en borradores esperando que, algún día, encontremos el camino de vuelta, o el camino para continuarla, o simplemente el camino. Esas también son historias perdidas y constituyen otro universo paralelo. Ojalá poder hablaros un día de mi historia perdida, o encontrada… De momento, sigo buscando varios caminos.
Por otro lado, no puedo evitar preguntarme qué consideramos por perdido. ¿Y si nosotros mismos también formamos parte de una gran historia perdida? Con esto no me refiero a desubicada, sino todo lo contrario. No creo que haya una palabra logre definirlo al completo, pero me imagino una pluma que, por unos instantes, deja de escribir. Para de plasmar las ideas para poder reformularlas y, una vez lo ha hecho, decide cambiar el rumbo de la historia que estaba escribiendo, decidir hacerla coincidir con otra. ¿Y si la vida no es más que eso, un conjunto de historias del que formamos parte por una temporada?
Sin duda, creo que lo más bonito es aprender a encontrar este tipo de historias y a valorarlas, a ver la magia de las cosas desconocidas Y, por qué no, jugar a imaginarnos un pasado, un presente y un futuro. Y, como escritora que me considero, a inspirarme un poco también (guiño, guiño).