El arte de sentir

Nos hacían verla como una debilidad, algo de lo que nos tuviéramos que avergonzar, que no pudiéramos mostrar al mundo. Porque ver la lágrima siempre ha extrañado, y mostrarse débil cada vez es menos frecuente, más de cobardes. Como si una sonrisa no pudiera ocultar sufrimiento. El problema es que no somos máquinas impasibles y que la sonrisa no simboliza alegría, al igual que la lágrima no siempre va ligada a la tristeza. Vemos el mundo con otros ojos y lo sentimos con otro corazón; y ahí está la clave, en que lo sentimos todo. Tenemos una cabeza que piensa mucho y un corazón que siente mucho. 

La sensibilidad. 

Vivir en cámara lenta, o en rápida. Ser conscientes de nosotros, de nuestro entorno, de las cosas que más importan y de las que menos. Sentirlas todas y hacerlas nuestras, aunque no lo sean. Y sufrir por desconocidos y alegrarse por amigos, y alegrarse por desconocidos y sufrir por amigos. Enredarse en las mismas encrucijadas de siempre para acabar llegando a las mismas soluciones de siempre. No negar la lágrima e intentar comprenderla, al igual que agradecer y mostrar la sonrisa. Balancearnos en el equilibrio, tentándolo a decantarse por un lado u otro. 

La sensibilidad. 

Encontrarla, aceptarla; un viaje difícil y precioso que no tiene fin. Un viaje a nuestras raíces. 

Y cuando la encontramos, la miramos a los ojos. Y la entendemos y nos entendemos. La abrazamos, porque nos recuerda que seguimos aquí, que somos seres que sienten y se alegran, lloran y desesperan. Agradecen la carcajada y sufren la lágrima, aprenden de ellas. Se ilusionan y se decepcionan, pero vuelven a ilusionarse porque saben que no hay nada más bonito que las ganas de vivir por algo. Seres que empatizan y se enfadan, pero reconocen el error y piden perdón. Y perdonan y se sienten en paz. Y vuelta a empezar, a ver la vida teñida con el manto de la sensibilidad. La palabra diferente nunca había tenido un significado tan bonito.  

Volvemos a encontrar el equilibro, pero seguimos balanceándonos sobre él y tentándolo a vencerse hacia uno de sus lados. Aunque sigue firme, nosotros nos fundimos con el movimiento y aceptamos la intensidad, las sensaciones. Aceptamos nuestros sentimientos. El movimiento nos ha enseñado a no ocultar nada, a abrazarnos tal y como somos. A deshacernos en carcajadas y a hacer que las lágrimas nos recompongan. A sentir el vértigo y encontrar su lado más especial, a hacerlo nuestro. 

Sentimos mucho, sí. Lo sentimos todo. Pero demasiado nunca es suficiente cuando se trata de sentir, de apreciar, de vivir. Abrazamos nuestra sensibilidad y la mostramos. Que la vean, que nos vean. Somos como somos gracias a ella. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *