Nota de la autora: acompañar la lectura con la canción I’ve been waiting for you.
3 de abril
El sonido del plástico rasgándose les sacó de sus pensamientos. Podía notar como un nudo se les asentaba en el estómago. A ella le temblaban las manos, y el semblante de él estaba más serio que de costumbre. Ambos levantaron la vista de lo que estaban haciendo y sus miradas chocaron en el espejo. ¿Les iría todo bien esta vez? Ojalá fuera así, pero ni yo misma les podía garantizar que el resultado fuese a ser positivo. Notaba como poco a poco las dudas comenzaban a invadirles y sus miradas reflejaban el miedo que estaban sintiendo en ese momento. Me tenían miedo, pero no podía hacer nada para evitarlo. Seguro que se estaban preguntado qué sería de ellos si este intento acababa de la peor forma posible. Estaban al límite de sus fuerzas y no sabía cómo se tomarían otro intento fallido. A ella le rodó una lágrima por la mejilla y se giró hacia él, que la atrapó con sus dedos y le acarició la cara de esa forma tan cariñosa.
—No te lo guardes todo para ti misma. Estoy aquí. Somos un equipo, para lo bueno y para lo malo.
No soportaba verla así, vernos así. La situación era muy difícil y, con cada intento fallido, notaba como la esperanza y las ganas nos iban abandonando. Estaba intentando disimular su temblor de manos y haciendo esfuerzos para no llorar, y a pesar de que me dolía ser consciente del motivo por el que lo hacía, no podía culparla; yo estaba en la misma situación. Ambos estábamos siendo fuertes para el otro, pero la realidad es que necesitábamos dejar que las lágrimas cayesen y llorarlo todo. Necesitábamos exteriorizar nuestros sentimientos, las dudas que nos surcaban y el miedo que ambos teníamos. La tristeza por la pérdida de nuestro bebé, la desolación de aquella noche en el hospital y las fuerzas que habíamos sacado para seguir adelante en esta lucha. Noté su mano secándome una lárgima, que ni siquiera sabía cuando había caído, y su abrazo reconfortarme como siempre lo hacía.
—¿Y si no sale bien? ¿Y si no sirve de nada todo por lo que hemos tenido que pasar? —La voz comenzó a rompérsele—. No aguanto otro intento, cariño. No podemos más. Y si sale bien, como la otra vez, pero después la situación se complica y… ¿y si volvemos a perder al bebé?
Los sollozos se hicieron más fuertes y comenzaron a temblar. La desesperación y la desolación se sentían en el ambiente. Estos quince minutos se les estaban haciendo eternos, pero yo no era la que controlaba el tiempo y no podía conseguir que transcurriese más rápido. Ambos se envolvieron en un abrazo y se dejaron consolar por el otro. Se deshicieron de todo aquello que les pesaba y una sola mirada les bastó para confirmar que el amor que se tenían podría con todo, que eran ellos dos contra mí y que, al final, conseguirían vencerme. Deseé que de verdad lo hicieran, que me echaran de su vida, que su mayor deseo se viese hecho realidad. Ojalá, ojalá, ojalá lo consiguiesen. Llevaban mucho tiempo persiguiendo su sueño, pero una y otra vez se lo había tenido que negar. Aunque hace tres meses les di un respiro y, finalmente, pudieron ver un positivo en el test, les llené de falsas ilusiones para arrebatárselas unas semanas más tarde. Aún no encuentro palabras para describir las miradas de desolación cuando el doctor les confirmó que habían sufrido un aborto natural. Vi como la esperanza se les esfumó por completo, como el vacío volvía a sus vidas. Y en ese momento me odié por ser el causante de tanto dolor, aunque no pudiese alejarme de ellos…
—Celia, mírame. ¿Y si esta vez sale bien, amor? ¿Y si todos los supuestos se hacen realidad? No te rindas todavía. No te puedo garantizar que esta vez vayamos a ver un positivo en el test, pero si puedo prometerte que estaremos juntos en todo momento y pasaremos por todo el proceso de la mano. Para lo bueno y para lo malo, ¿recuerdas?
La cabeza me iba a mil y no dejaba de mirar el reloj. Aún quedaban cinco minutos para poder ver el resultado… cinco infernales minutos. Su voz me sacó de mis pensamientos y nos miramos a los ojos. Seguíamos abrazados y cogidos de la mano, tranquilizándonos el uno al otro. Notaba su corazón latir en su pecho y, sorprendentemente, me tranquilizó. Desde que nos conocimos tuve claro que Hugo había sido mi suerte y cada día que pasaba lo confirmaba constantemente. Estaban siendo momentos duros para ambos, pero saber que nos teníamos… no tenía precio. Nos queríamos de la forma más bonita posible y desde el primer momento, desde el primer intento, tuvimos claro que éramos nosotros dos contra el problema. Desde el primer momento supimos que lo conseguiríamos, que venceríamos la infertilidad. Y lo haríamos.
—Cariño, último minuto. —Respiraron profundo y se prepararon para afrontar el resultado de esta ocasión. A ambos les temblaban las manos y no estaban preparados para lo que pudiese suceder, pero lo afrontarían unidos y de la mejor manera posible—. No me sueltes la mano.
Nos miramos y nos sentimos los seres humanos más afortunados del mundo. Nosotros contra esto, nosotros contra esto. Esta vez iría todo bien, lo íbamos a conseguir.
Lo miré y le di la mano: haríamos esto juntos. Esta vez nuestro sueño se haría realidad.
—A la cuenta de tres: uno, dos… —ambos exclamaron a la vez, el ansia tiñendo su voz, los nervios concentrados en sus manos—. Tres.
Se me paró el corazón, me pitaron los oídos. Él soltó un grito, me abrazó. Me levantó y me dio una vuelta, se le mezcló la lágrima con la risa. Rompió en llanto, me besó y volvió a llorar. Me seguían pitando los oídos. Volví a mirar el test, había un más. ¿Acaso significaba eso un… positivo? Y entonces procesé la situación y reaccioné. Un grito escapó de mis labios: un grito de esperanza, de victoria, de felicidad. Y las lágrimas lo siguieron. Caímos juntos al suelo, nos derrumbamos en un abrazo que significaba más de lo que nadie pudiese llegar a entender nunca y nos miramos, esta vez sabiendo que el sueño volvía a empezar.
—Mi amor… ahora sí, cariño. Ahora sí… —volvió a romperse en llanto y le acarició la barriga, esta vez sabiendo que una vida estaba creciendo dentro. Ella se emocionó ante ese gesto que significaba tanto y él volvió a besarla—. Todo irá bien, cielo. Todo irá bien…
—Hugo… lo conseguimos. —La risa se le entremezcló con las lágrimas, sus ojos destilaban alegría y esperanza, ilusión y ganas por lo que estaba por venir. Esta vez todo les iría bien.
7 de diciembre
Una habitación de hospital volvía a verlos, aunque esta vez era para un motivo muy diferente al de hace un año. Hoy celebrarían la vida, los sueños hechos realidad. Un nuevo comienzo, esta vez siendo cuatro.
El dolor era insoportable y cada vez estaba más cansada, pero ya no podía esperar más a conocer a nuestra hija. Sonaba tan bien decirlo… Los primeros meses de embarazo habían sido una alerta continua. Vivíamos con miedo a que se repitiese lo que pasó en el anterior, con miedo a la pérdida. Un hematoma complicó un poco las cosas, pero todo había ido evolucionando bien y desapareció por completo. Aunque la intranquilidad siempre nos acompañó, la esperanza y la ilusión fueron más fuertes y ahora estábamos a punto de conocer a Alma, a nuestra pequeña… aunque no era la única. Siempre nos acordaríamos de nuestro otro bebé y siempre lo llevaríamos en el corazón. Fue, es y será nuestro, un miembro más de la familia; lo quisimos, lo sentimos y lo lloramos, y no lo olvidaremos nunca. Hoy, nuestra familia seguía creciendo.
Él la acompañó en todo el proceso y ambos demostraron el amor incondicional que se tenían. Se le escaparon unas lágrimas al pensar en el camino recorrido hasta llegar a este momento, aunque todo cobró sentido para ambos cuando escucharon los llantos de Alma, de su hija. Se miraron como dos personas que han encontrado su vida en el otro, como unos padres que lo darán todo por ella, como dos personas que han conseguido vencer a la tormenta. No les hicieron falta palabras porque, desde el momento en el que abrazaron a Alma por primera vez, todo tuvo sentido de nuevo. Tres corazones latiendo a la vez y un cuarto acompañándolos y protegiéndolos. Observé la estampa familiar: ella derrochaba cansancio, pero este se veía completamente eclipsado por la felicidad que transmitían sus ojos al mirar a sus dos amores. Y él… él también se había quedado embelesado frente a su vida entera. No hicieron falta palabras para saber lo que estaban pensando el uno del otro, de los tres, de los cuatro. Ya era el momento de dejarlos tranquilos, de dejarles disfrutar del mayor regalo; la vida.
Joder. Era preciosa, eran preciosas. Mi vida entera… Lo habíamos conseguido.