Cicatrices de oro

Cicatrices de oro

Una cicatriz es el recuerdo constante de aquello que fuimos, que somos y que seremos. 

En Japón, Kintsugi, cuyo significado es “reparación dorada”, es el arte de reparar objetos de cerámica con barniz mezclado con polvo de oro. Esta técnica, que ha acabado por convertirse en una filosofía, se centra en la causa que ha provocado la ruptura de los objetos y los valora precisamente por eso: porque se quebraron, pero también porque fueron reparados. Las cicatrices doradas son el recuerdo de una historia, al mismo tiempo que un símbolo de belleza y transformación. 

La historia de esta técnica y posterior arte se remonta al siglo XV. El shōgun Ashikaga Yoshimasa mandó reparar dos tazones de té a China, pero el resultado no le agradó. Unos artesanos japoneses fueron los encargados de volver a reparar las tazas, esta vez empleando la técnica del Kintsugi. Desde entonces, el Kintsugi ha sido apreciado y ha evolucionado hasta lo que significa hoy en día para muchas personas: una filosofía, una forma de ver la vida. 

Kintsugi se caracteriza por sus cinco fases. En el accidente primero llega el golpe y después la herida, los fragmentos rotos. Nosotros los cogemos como podemos, intentando no cortarnos más para que las heridas que ya tenemos no sigan creciendo. El armado es la consciencia y el impacto de realidad, mientras que la espera es la aceptación no sólo de lo que nos ha pasado, sino de quienes somos después de lo que nos ha pasado. Es en la reparación cuando resurgimos y cambiamos, al igual que los objetos que adquieren una nueva apariencia. Iguales pero diferentes, con marcas que llevaremos por siempre. Por último, la revelación. El broche final a un largo proceso de aceptación y cambio, en el que únicamente nos queda apreciar el trabajo realizado para aceptar la nueva versión que hemos creado. 

En un mundo que busca la perfección en todos los ámbitos, muchas veces nos olvidamos de que cada cicatriz tiene una historia y todas las historias merecen ser contadas. Somos aquello que nos ha pasado y las cicatrices son el recuerdo de nuestra historia. Forman parte de nuestra esencia, y en algún momento las hemos sufrido y han provocado un cambio en nuestro interior. Contemplarlas nos recuerda quienes somos, a lo que nos hemos tenido que enfrentar o nos seguimos enfrentando. Nos hace ser conscientes de lo que algún día nos pasó y nos dejó marca, de lo que nos está sucediendo y estamos intentando aceptar y superar de la mejor forma que sabemos, intentando que lo que nos quiere empequeñecer no acabe por hacerse grande. 

El color dorado es, sin duda, un símbolo de belleza y elegancia. Kintsugi valora las cosas por lo que han conseguido: hacer frente a lo que las rompió, ser más fuertes que eso. Reconstruirse a partir de sus pedazos rotos, creando una versión más reforzada y bella que la anterior. Lo mismo sucede con las personas. A lo largo de nuestra vida nos enfrentamos a golpes que nos dejan marca, monstruos que crecen sin control y contra los que no podemos hacer nada, realidades difíciles de creer. Pero de una forma u otra conseguimos resurgir de aquello que nos ha herido, y lo hacemos creando una versión diferente —que no peor— de nosotros mismos. Somos lo que nos pasa y cómo nos enfrentamos a ello.

Kintsugi somos nosotros, nuestras heridas convertidas en cicatrices. Son todas aquellas personas que nos han tendido una y dos manos, que no nos las han soltado hasta que el viento ha dejado de rugir. Son todos aquellos momentos que han hecho que ahora seamos de la forma que somos. Kintsugi es confiar y confianza, el recuerdo de una historia que permanecerá siempre en nosotros. Es el dolor convertido en fortaleza y el afán por seguir adelante a pesar de las piedras que nos podamos encontrar en el camino. 

Kintsugi es saber que, a pesar de todo, siempre habrá un rayo de sol que nos ilumine.

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