El sonido de las olas rompiendo contra el espigón fue apagándose a medida que me adentraba en el profundo bosque. Las hojas cayendo de los árboles y el cantar de los pájaros me daba la bienvenida a este nuevo camino que acababa de iniciar.
Los primeros pasos fueron confusos. Había recorrido sendas que no podría pisar de nuevo, aunque todo lo que me había sucedido permanecería en mí para siempre, dejando una huella imborrable. Ahora me enfrentaba a un camino aún por definir en el que sólo contaba conmigo misma. Al andar iría haciendo camino y adquiriendo experiencia, aprendiendo de los errores y siendo consciente de la importancia de avanzar pese a las piedras que pudiera encontrarme.
Mis huellas eran el camino y nada más, un camino que construiría paso a paso, a base de enfrentarme a lo inesperado y de saber seguir adelante. Hoy comenzaba una nueva etapa que no sabía lo que me depararía. El viento rugía, recordándome que no todo sería fácil. La tormenta llegaría cuando menos me lo esperase, intentando confundirme, aunque la calma me recordaría la importancia de avanzar pese a las tempestades.
Mientras estos pensamientos rondaban por mi mente, sentí una sensación extraña por todo el cuerpo. El miedo a lo desconocido me invadía y el vértigo se apoderaba de mí. Sin embargo, y gracias a ellos, lo tuve más claro que nunca.
Seguiría haciendo camino porque al andar se hace el camino, camino conformado por mis huellas y las de todas aquellas cosas y personas que me han marcado y han influido también en mi recorrido. Caminaría, siempre teniendo presente los versos que un poeta un día decidió plasmar en papel y que me estaban acompañando en este viaje, aquellos que decían que el camino eran mis huellas y nada más.
Porque la historia de nuestras vidas la componen los caminos que recorremos, los pasos que damos y los que no dimos, los que daremos.
Caminaría.