Todos los años era testigo de las historias más bonitas de amor, y este año no iba a ser menos.
Se conocieron en la playa, después de una noche que quedaría grabada para siempre en su memoria. Ella vestía con un conjunto blanco que resaltaba su moreno. Miraba al mar, embelesada, como si fuese incapaz de poner voz a todo aquello que su mirada decía. Respiró profundo. Se recogió su larga melena y se acercó a las olas.
Él estaba siendo testigo suyo, de aquella chica que visitaba el mar todas las mañanas. Le encandiló su presencia y la energía que desprendía. Hubiera jurado que el mismo Sol le tenía envidia y que el mar se movía gracias a ella. Nunca se le había dado bien dar el primer paso, pero decidió acercarse.
Intercambiaron miradas cómplices, como si no fuese la primera vez que se veían. Hablaron. Él se mostraba más tímido que ella. Sus ojos verdes lo habían atrapado, y su risa era uno de los sonidos más bonitos que ella jamás hubiese escuchado. El amanecer era el escenario perfecto para aquellas dos almas destinadas a encontrarse. Se dieron sus números prometiendo volver a verse. Y lo cumplieron.
Volvieron a ver su reflejo en los ojos del otro, esta vez teniendo la certeza de ser algo más que dos extraños que sabían que algo ocurría entre ellos. Las Perseidas crearon un ambiente perfecto en aquella ocasión, pero para ella ninguna estrella brillaba más que sus ojos. Y para él… Para él sólo existía ella. Poco a poco se fue formando algo más que una amistad, aunque ninguno de los dos sabría qué les depararía todo esto.
Los días y el tiempo pasaron, hasta que se acercó el momento que ninguno quería resignarse a aceptar. El vínculo que habían creado lo veían incapaz de romperse. Se vieron una vez más, puede que la última. Hoy la sonrisa de ella no era tan feliz, ni los ojos de él brillaban tanto. El amanecer y el mar les acompañaron en el principio de esta historia y serían, junto a mí, los testigos de su final. Yo mismo les había acompañado todo este tiempo y ahora no podía dejar de pensar en la imagen de sus manos entrelazadas, de sus miradas pidiendo un respiro al tiempo. Un abrazo marcó el final amargo de esta historia de amor, efímera pero eterna.
Estiraron el tiempo todo lo que pudieron hasta que no tuvieron más remedio que separarse. Se dijeron un último adiós con la mirada, pues no se atrevían a expresar aquello con palabras. Y él, muy a su pesar, se alejó de aquella playa y de aquella chica que había sido la causante de uno de sus mejores veranos. Ella permaneció allí unos instantes más, dejando que las olas recogieran sus lágrimas y que el Sol intentase alegrarla.
Un año más fui el testigo de las historias de amor más bonitas pero dolorosas que existían. Todas ellas morían cuando yo acababa, cuando el verano llegaba a su fin. Era bonito pero cruel, aunque yo no tenía la culpa. Desgraciadamente, todos me recordaban por eso. Por las sonrisas furtivas, por provocar que dos corazones latiesen al mismo compás y por hacerles creer invencibles. Por la última lágrima en la despedida y el nudo en la garganta al decir adiós. Yo era el primero al que le pesaba tener que romper estas historias. Aunque, a veces, la vida tenía reservadas algunas sorpresas.
Un año después, vi a una chica de larga melena y ojos verdes hablarle al mar. Su mirada, iluminada por los primeros rayos de luz, tenía un deje de tristeza, pero una sonrisa seguía enmarcando su cara. Por lo que había estado observando, no lo había olvidado. Y yo sabía que él tampoco la había olvidado.
La arena comenzó a acariciar un par de pies diferentes a los suyos. Le marcó el camino hasta ella. Una mano le tocó el hombro y se giró. Sus ojos volvieron a brillar al verlo, al recordar aquel verano. Al recordarle a él. La miró y no pudo evitar dirigirse a ella emocionado.
—Nos faltó una despedida a tiempo. Un baile más en la arena, una canción compuesta por el mar, un deseo que pedirle a las estrellas. Nos faltó un verano que acabó demasiado pronto y del que sólo nos quedamos con sus ecos.
Incluso yo acabé emocionándome. Se fundieron en un abrazo y juraron no volver a soltarse. Ese día, conmigo y con el mar como testigos, se prometieron la eternidad. Lo que no sabían es que se les quedaría corta.
Que bonito!
Gracias✨